jueves, 15 de septiembre de 2016

DEPARTAMENTAL 2016

Comenzamos el Departamental con una victoria contra Dionisio De Cuadro, el rival del sabado sera Matias Ulaneo, donde jugare de negras. El torneo es de 8 jugadores, jugandose sistema Round Robin (todos contra todos), lugar de juego Club de Ajedrez Paysandu, en Cerrito 1180 casi Bolivar, Miercoles 20:30 hs y Sabados 15:30 hs.
4ta Partida contra Carlos Caillabet.
5ta Partida contra Richard Chaparro, era tablas pero el rival quizo jugar a ganar.
6ta Partida, la mas dura donde las ultimas 12 jugadas fueron en apuros de tiempo para ambos, moviamos con menos de un minuto en cada reloj, al ser con incremento de 30 segundos es lo que nos quedaba dsps de cada jugada mas o menos.
Play online chess


2da partida..perdida contra Matias Ulaneo 3ra Partida perdida contra Ruben Ulaneo

lunes, 12 de septiembre de 2016

Les dejo este libro para descargar, conceptos basicos de tactica.

https://www.4shared.com/file/Nmhx5v2Wba/El_dominio_de_la_tacticabook.html



sábado, 10 de septiembre de 2016

Diez razones por las que el ajedrez es bueno para tu cerebro

El ajedrez suele asociarse a cosas buenas, con razón. Los publicistas se aprovechan de su imagen siempre que pueden, pero pocos saben cuántos beneficios concretos conlleva su práctica. Veamos diez de las ventajas del ajedrez (por el camino se citan muchas más), recopiladas recientemente en este blog y en un gran número de estudios científicos.


1. Eleva tu cociente intelectual

¿La gente inteligente tiene predisposición al ajedrez o las personas se hacen más listas gracias al juego? Cuando resuelvas lo de la gallina y el huevo te puedes entretener con este dilema. Sin embargo, hay estudios que se mojan, como uno realizado con 4.000 estudiantes venezolanos. Después de cuatro meses dando jaques, se comprobó que su CI había mejorado.

En este enlace puedes leer más de otro estudio del doctor Peter Dauvergne, de la Universidad de Sidney. En él habla de de las ventajas del ajedrez para los jovenes, que mejoran su capacidad para resolver problemas, mejoran sus habilidades lectoras, de lenguaje, matemáticas y memorísticas, desarrollan un pensamiento creativo y original, aprenden a tomar decisiones más precisas y rápidas bajo presión, mejoran sus notas en los exámenes, aprenden a elegir mejor entre varias opciones, se concentran mejor, etcétera, etcétera, y todo ello independientemente de su sexo y de su nivel socieconómico.
Solo con este punto quedan claras las propiedades casi milagrosas del ajedrez.

2. Ayuda a prevenir el alzheimer

El cerebro también es un músculo. Un estudio del doctor Robert Freidland publicado en «The New England Journal of Medicine» aseguraba que los mayores de 75 años que habían practicado actividades como el ajedrez estaban mucho mejor preparados para luchar contra el alzheimer, la demencia y otras enfermedades mentales. Por el contrario, aquellos que rara vez se entretenían con juegos de tablero eran mucho más propensos y tenían cerebros que envejecían más rápido.

Dicho lo cual, tampoco está mal dar un paseo de vez en cuando. Seas joven o viejo, haz algo de ejercicio de cuello para abajo

3. Ejercita ambos hemisferios cerebrales

«The New York Times» se hacía eco hace algún tiempo  del estudio de unos investigadores alemanes que venía a demostrar que tanto los grandes maestros como los novatos, cuando juegan una partida o analizan una posición (sirve el problema diario que publica ABC) hacen trabajar por igual a los dos hemisferios del cerebro.

El resultado sorprendió a los propios investigadores, que pensaban que el lado izquierdo del coco tendría un papel más relevante. Resulta que somos tan listos que para resolver más rápido las dificultades que plantea nuestro juego favorito echamos mano hasta de la última neurona disponible. Pincha en los enlaces del principio del párrafo si la explicación se te queda corta.


4. Mejora la creatividad

El hemisferio derecho del cerebro es el responsable de la creatividad y por lo leído en el punto anterior no debe sorprender que el ajedrez ayude a desarrollarla, algo que es de sentido común para cualquiera que conozca un poco este juego, aunque hay grandes maestros más artistas y otros más parecidos a robots. De todos los estudios disponibles, destaca uno del doctor Robert Ferguson, realizado con estudiantes. Después de 32 semanas, el grupo de alumnos ajedrecistas obtuvo mejores resultados en las pruebas de creatividad, con la originalidad como principal mejora de sus aptitudes. Si hubieran estudiado las partidas de Tal o Bronstein probablemente habrían llegado aún más lejos.

5. Potencia la memoria

Esto es también una obviedad, aunque puede volver a plantear el dilema de la  gallina y el huevo. No es posible ser un buen ajedrecista sin buena memoria. Para salir de dudas, un viejo estudio de 1985 demostraba que los estudiantes que practicaban el ajedrez destacaban por su mejor memoria en todas las asignaturas.

En otro experimento realizado en Pensilvania se comprobó que los alumnos que nunca habían jugado también mejoraban notablemente su memoria y sus habilidades verbales, lo que tiene gracia teniendo en cuenta lo poco que se suele hablar durante una partida.

6. Ayuda a resolver problemas

Otra perogrullada. El ajedrez desarrolla sobre todo esta habilidad, con las dificultades añadidas del límite de tiempo y de la presencia de un villano que te pone piedras en el camino. En otro estudio realizado en el año olímpico de 1992, un grupo de 450 alumnos fueron divididos en tres grupos: el primero siguió el programa normal, el segundo recibió clases de ajedrez después de terminar el primer grado y el tercero empezó a practicar el ajedrez desde el principio. No hará falta detallar cuál fue la clasificación final entre los grupos en las pruebas que se realizaron después con estos 450 niños.

7. Incrementa la capacidad lectora

Este punto es más sorprendente. El doctor Stuart Margulies (quizá tenga algo que ver con la protagonista de «Urgencias» y «The good wife») descubrió a partir de un estudio (realizado en 1991 en 53 colegios de educación primaria de Nueva York) que los chavales que participaron en el programa de ajedrez, durante dos años, mejoraron de forma significativa su capacidad lectora y superaron la media nacional.

La ventaja media de los jugones fue de 5,4 puntos en el percentil nacional (los americanos tienen hasta un test estandarizado para medir estas cosas; no se basan en apreciaciones subjetivas). El propio Margulies expone algunas teorías para justificar esta propiedad milagrosa del ajedrez, pero no ofrece una conclusión definitiva.

8. Facilita la concentración

Otra conclusión que no sorprende. El ajedrez exige tanta concentración que a un jugador enfrascado en una partida interesante puede aislarse por completo del ruido exterior. Hace años tuvo lugar un torneo en los andenes del Metro de Madrid y puedo asegurar que los viajeros molestaban menos a los jugadores que al revés, más que nada por el espacio que ocupaban las mesas. Un poco más sobre este punto en este enlace (en ingles)

9. Hace crecer las dentritas

Si supiéramos lo que son, ya sería un avance. Las dentritas (no pienso ir más allá de lo que cuenta la Wikipedia) son «prolongaciones protoplásmicas ramificadas, bastante cortas, de la neurona. Están implicadas en la recepción de los estímulos, pues sirven como receptores de impulsos nerviosos provenientes desde un axón perteneciente a otra neurona».

Dicho lo cual, que estas conexiones interneuronales crezcan solo puede ser bueno (dentro de un orden). Lo mejor del ajedrez es que no solo se desarrollan cuando aprendes a jugar, sino que practicar después sigue siendo el mejor fertilizante natural. Si después de leer esto las dentritas son tus personajes de no ficción favoritos, aquí hay más material.

10. Enseña a planificar y hacer previsiones

La corteza prefrontal es una de las últimas zonas del cerebro en desarrollarse, justo el área responsable de planificar y anticiparse a los acontecimientos, del autocontrol y el buen juicio. 

Los adolescentes todavía son inmaduros en este campo . Pues bien, los juegos de estrategia se han revelado como una forma magnífica de desarrollar la corteza prefrontal y ayudar a tomar mejores decisiones en cualquier área de la vida.

La Mosca Ajedrecista

Al despertar Tomás una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró convertido en un horripilante insecto. Semejante suceso, extraño y aberrante, le desconcertó por completo pues el individuo todavía recordaba su anterior existencia humana y acudían a su mente, como ecos vagos y lejanos, sus antiguas vivencias familiares, laborales y, ¿por qué no?, ajedrecísticas.

Tomás sabía perfectamente que su anterior vida familiar no había sido ni mucho menos ejemplar. Para empezar, no había sido un buen marido. Engañaba repetidamente a su esposa y también a su amante. Apenas visitaba a sus hijas, salvo para pedirles dinero, y eso que, en principio, gozaba de un privilegiado empleo donde le pagaban muchos euros por hacer bien poco.

Sus honorarios, abultados e inmerecidos, ya deberían haber satisfecho su desmesurada ansia de capital pero el muy crápula prefería complementar su salario con toda clase de pillerías y negocios turbios. Con esta filosofía de la vida, Tomás llegó a robar grandes sumas de dinero sin ser descubierto por la policía pero, desgraciadamente para él, nunca pudo aprovechar seriamente el sobresueldo que obtenía con los timos ya que el muy villano era víctima de sus propios excesos y despilfarraba compulsivamente cada billete que caía en sus manos. Los muchos vicios que profesaba, demasiado libidinosos y deshonestos como para ser aquí relatados, terminaron por arruinarle en diversas ocasiones.

Su auténtica pasión, mayor incluso que la que sentía por el buen coñac francés y las mulatas de piel bronceada, había sido desde siempre el ajedrez. Las piezas del juego rey, dispuestas sobre un tablero cuadriculado con sus desfiles extraños e impredecibles, tenían completamente seducido el ánimo de Tomás.

El ajedrecista experimentaba una profunda felicidad cuando vencía y solía regodearse ante sus víctimas con absoluta fruición. El hombre era adicto a la victoria, ese leve cosquilleo que nos acaricia el alma cuando ganamos, cuando destruimos el orgullo herido de un oponente. De igual modo, Tomás no toleraba la derrota bajo ningún concepto y hacía todo cuanto estuviera en su mano para conseguir el éxito, fuera lícito o no.

Cuando su pericia intelectual no bastaba para ganar, Tomás se veía obligado a recurrir a los trucos más viles y abyectos con tal de obtener el punto entero. Oportunos y molestos carraspeos, miradas asesinas, pataditas involuntarias bajo la mesa o la impúdica rectificación de alguna jugada ya efectuada sobre el tablero formaban parte de su habitual repertorio de tretas. Nunca le pasó por la cabeza abstenerse de tales triquiñuelas y, con el tiempo, lo único que hizo fue ir aumentando progresivamente su descaro.

Con cierta regularidad amañaba sus encuentros y, cuando era necesario, se valía de cualquier ayuda externa que pudiera darle el triunfo. Si por un casual lograba interrumpir su partida con la burda excusa de acudir al baño, Tomás aprovechaba la intimidad del retrete para hojear a toda prisa los libros que siempre llevaba ocultos bajo su ropa y, sin testigos, se informaba debidamente sobre la estrategia a seguir.

No obstante, su perfidia todavía fue más lejos y llegó a concebir un último recurso aún más obsceno y sofisticado que los anteriores para eludir cualquier atisbo de derrota. La elaborada estratagema de Tomás consistía en interrumpir bruscamente el desarrollo de cualquier partida en la que corriera un serio riesgo de perder y alegaba entonces, con cara de pena, que un fatal imprevisto le obligaba a posponer el juego. Sin esperar la respuesta de su atónito rival, Tomás se marchaba a toda prisa y evitaba para siempre el fatal desenlace ya que, por supuesto, la partida jamás volvía a reanudarse. El truhán tenía muy claro que todo vale en la guerra. Los escrúpulos hacía ya mucho tiempo que no formaban parte de su despreciable y taimado carácter.

Cuando años más tarde falleció Tomás de un ataque al corazón en un sórdido e infecto burdel, fue juzgado con absoluta severidad por los rectos dioses del inframundo. Tanta abominación encontraron en su negra alma cuando investigaron sus fechorías que, sin compasión alguna, urdieron un castigo ejemplar. Si los magistrados del averno hubieran hallado en su interior un ápice de bondad, una posibilidad entre mil de ser redimido, quizá habrían sido más benevolentes y no le habrían obligado a reencarnarse en mosca. Quizá le habrían permitido beber de las poderosas aguas del Olvido y ahora no se acordaría de su detestable vida anterior como ser humano.  

Se cumplió inexorablemente la voluntad de los dioses y Tomás renació en forma de insecto. El condenado no tuvo más remedio que acatar la sentencia y, con una mezcla de asco y terror, fue experimentando diversas transformaciones en las que pasó de huevo a larva palpitante. Luego se convirtió en pupa y finalmente acabó metamorfoseándose en una mosca gorda y repugnante. El desdichado todavía recordaba todo lo sucedido en los abismos infernales y se lamentaba, demasiado tarde ya, por las faltas cometidas en el pasado.  

El díptero tardó un tiempo en acostumbrarse a su nueva estructura corporal. Ahora, una sombría coraza de quitina recubría por completo la cabeza, el tórax y el abdomen de la mosca. Con ayuda de sus ojos facetados, rojos y malignos, pudo contemplar unas finas patas negras, seis en total. Parecía mentira que un cuerpo tan grueso como el suyo pudiera sostenerse sobre semejantes alambres.

En su lomo, duro como una piedra, notó entonces el peso ligero de unas alas membranosas que, sin esfuerzo, pronto aprendió a utilizar. El ser alado no tardó en encender motores y, con un leve zumbido, empezó a elevarse con saltos irregulares pero enérgicos. La vibración que recorría todos sus miembros fue aumentando gradualmente y el paisaje comenzó a empequeñecer a medida que la mosca ganaba altura. La brusquedad de su alocado y vertiginoso vuelo aturdió a Tomás durante unos instantes pero, afortunadamente, el insecto se repuso con rapidez y, dejándose guiar por el instinto, comenzó a controlar con plena seguridad sus primeras maniobras aéreas. Cuando hubo completado dos o tres ensayos, Tomás ya se sintió capaz de realizar las acrobacias más complejas que podía imaginar. La mosca trazó entonces un sinuoso tirabuzón y emprendió su frenética marcha por el mundo.

Sin saber a dónde ir, triste y amargado, el insecto vagó incansablemente por las calles de su ciudad y visitó infinidad de lugares. De haber podido, habría explicado su sorprendente historia a todo aquél que quisiera escucharle pero, dadas las circunstancias, semejante narración le resultaba imposible. De hecho, cualquier narración le resultaba imposible. Su nueva boca, fea y deforme, parecida a una trompeta, no le permitía morder o masticar, y mucho menos hablar o contarle a nadie lo sucedido. Su débil voz se había transformado en un diminuto zumbido casi imperceptible para el oído humano y las extrañas piezas bucales que ahora había en su monstruosa cabeza solamente servían para perforar, chupar y lamer.

En un principio Tomás no aceptó su segunda naturaleza. Pasaba hambre y en consecuencia adelgazó puesto que no dejaba de repetirse a sí mismo que ungentleman como él no podía alimentarse con cualquier inmundicia. No obstante, pronto dejó a un lado sus manías culinarias y, tras acostumbrarse a su nueva condición animal, aprendió a escarbar ansiosamente en la fruta madura y luego sorber su dulce y putrefacto néctar. El sudor salado que se deslizaba sobre la nalga peluda de un caballo o la sangre humana que manaba a borbotones desde una herida fétida y purulenta también acabaron por resultarle agradables. De este modo y prácticamente sin advertirlo, su repertorio gastronómico fue ampliándose gradualmente con toda clase de bizarros manjares. La escasa humanidad que todavía medraba en él comenzó a evaporarse poco a poco en un proceso tan lento como inexorable y terrible.

Un día, cuando Tomás ya casi había dimitido como ser humano, se posó la mosca sobre el frío cristal de un ventanuco y, observando a través del vidrio, contempló una escena que le resultó familiar. Dos hombres, sentados en una mesa el uno frente al otro, disputaban una partida de ajedrez. Tomás recobró el aliento y se alegró en lo más hondo de su ser. Pensó que la esquiva fortuna por fin le sonreía y, tras estamparse violentamente varias veces contra el cristal, Tomás detectó una fina rendija en el vidrio. Se introdujo sigilosamente por ella y, adentrándose en el edificio, se aproximó sin dilación al tablero para verlo mejor.

Tomás aterrizó con cuidado sobre la manga lanuda de uno de los ajedrecistas y se entretuvo mirando la intrincada posición que ocupaban las piezas en el tablero. Por lo visto, el jugador de negras, un afable anciano que fumaba en pipa y sostenía sus anchos pantalones con ayuda de unos vistosos elásticos, había distribuido con acierto sus tropas y, en ese preciso instante, disponía de una oportunidad histórica para ganar la partida. Si realizaba el movimiento correcto podría dar mate a su contrincante, un barbudo de gruesas cejas cuya calva, pálida y reluciente, brillaba como si la hubieran pulido frenéticamente con cera.

Con la mirada perdida en el infinito, ensimismado y pensativo, el avejentado fumador de pipa comenzó a demorar interminablemente su turno. Sin realizar jugada alguna, el veterano ajedrecista fue cubriendo poco a poco su persona con una neblina espesa y aromática, formada por las bocanadas de humo que partían una tras otra de su cavernosa boca. Tomás evaluó la situación y, exasperándose por la lentitud del juego, presintió que la mente del anciano se había bloqueado por completo. Jamás vería el mate.

La mosca, deseosa de colaborar, de recuperar un gramo de humanidad, trató de llamar la atención del jugador de negras. Sabía que no era muy correcto inmiscuirse en una partida ajena pero, recordando sus días de fullero, consideró que la situación era de lo más excepcional y constituía una ocasión única para revivir su glorioso pasado como jugador de ajedrez.

El insecto levantó el vuelo y, tras pasearse acrobáticamente por delante del viejo, se posó en la nariz del ajedrecista. El anciano reparó inmediatamente en la presencia del molesto ser alado y lanzó un gigantesco manotazo que Tomás logró esquivar. La mosca planeó con suavidad y descendió sinuosamente hasta el tablero, deteniéndose sobre la pieza que podía dar mate. El señor de la pipa acercó su descomunal mano a la pieza y, agarrándola con firmeza, la elevó en el aire. Tomás, que estaba alerta, se apartó en el momento preciso y, dando alegres piruetas, aterrizó en la casilla donde había mate. Para ayudar al viejo a concluir su partida, la mosca comenzó a zumbar y dar leves saltitos en la blanca y desierta casilla. El viejo arqueó una ceja y bajó con brusquedad la enorme pieza. Aplastando al insecto, anunció jaque mate.